Por Juan Pablo Giraldo
A los que todavía tienen la paciencia para leerse un texto mediano, les comparto una apreciación sobre el blanquismo, racismo y clasismo antioqueño.
La falacia de que los paisas son gente blanca sigue vigente y ha alimentado un arribismo racial que ha sido parte integral de la cultura antioqueña, se ha celebrado la “blancura” de sus héroes y nunca ha existido un negro o indígena digno de admiración por el imaginario colectivo, aunque de muchas maneras, todos los paisas tenemos de negros y de indígenas.
Para entender el racismo estructural antioqueño, hay que devolvernos hasta el tiempo en que no habían pueblos sino parroquias, cuando la independencia de un centro poblado se establecía por la administración de los ritos eclesiales, no había alcalde sino párroco, y este tenía potestad de organizar su territorio como principal figura de autoridad. La iglesia fue el motor de la sociedad y del racismo, basado en el temor a Dios y en el minucioso control de sus rebaños, Todo el orden social fuertemente mediado por ésta, partió de premisas racistas para configurarse. A los indígenas secuestrados y cristianizados, se les separaba del blanco en resguardos como el de san José del remolino de El Peñol, donde permanecían hasta que aceptaran definitivamente la autoridad de la fe cristiana y el idioma español. La iglesia concedió en los primeros años del poblamiento los terrenos usurpados durante la conquista a blancos descendientes de españoles y católicos fervorosos, y relego a los indígenas y negros a cumplir tareas agrícolas como peones terrajeros, nunca propietarios y la mayoría de estos también se usaba como carne de cañón para las guerras, como en el caso de las guerras civiles decimonónicas.
Los marinillos, caracterizados por su fervor católico y orgullo blanquista, midiendo la pureza de su raza, clasificaban entre blancos de primera y segunda clase en los censos de 1813 y 1851, entre los primeros se encontraban los mejores católicos y propietarios de tierra, y entre los segundos los blancos pobres. Por eso el concepto de raza también ha estado permanentemente ligado a la clase o estatus social, reservando la mejor posición para el blanco propietario de tierra y esclavos, seguido del blanco pobre, y prácticamente negando la existencia al indio y al negro. Ésta configuración dada a dedo por la iglesia y la corona conserva sus estructuras de poder a través de la herencia, y no es extraño ver que la tierra y el status social sigue en manos de los mismos apellidos después de hasta 5, 6 o más generaciones.
El primer intento de separación del estado y la iglesia ocurrió con la constitución de Rionegro en 1863 la cual también fue la precursora de un modelo de educación pública, con ella nacieron la Universidad de Antioquia y la Universidad Nacional, las cuales se fundaron en predios arrebatados a la iglesia, bajo la ley de manos muertas, entre otros logros de esta constitución está el entregarle la posibilidad económica a el departamento de desarrollar el proyecto de ferrocarril, descentralizar el poder político creando los “estados soberanos”, pero no todo fueron buenas decisiones, en el oriente de Antioquia, la constitución de Rionegro borro del mapa a todos los municipios conservadores, quedando sometidos a los liberales Rionegro y El Peñol al cual fueron otorgados todos los territorios pertenecientes a Marinilla y relegó a un segundo plano el poder de la iglesia, cosa muy mal vista por los parroquianos marinillos. Es bien sabido que el combate del cascajo en enero de 1864, entre marinillos y rionegreros en el que murió Pascual Bravo y Pedro Justo Berrio termino haciéndose con el poder del estado soberano de Antioquia, fue una guerra alentada por la iglesia en su afán de recuperar lo que había perdido en uno de sus bastiones religiosos, así formaron un ejército de devotos y fanáticos católicos que termino por arrebatar el poder liberal en Antioquia y también alentó el proceso de regeneración conservadora que desembocaría en la constitución de 1886 y termino por negar el estado laico durante 104 años y dotar a la iglesia de poderes extraordinarios en la naciente educación pública con la conformación de las “Normales”, instituciones controladas por la iglesia a las que se les entregó el poder de educar a las educadoras que durante 104 años concentraron sus esfuerzos “educativos” en enseñar catequesis y celebrar el mayo mariano vistiendo a a la virgen con ropas elegantes, y la enseñanza a las femeninas de ser buenas esposas y buscar maridos ricos, además de controlar la administración de poderes políticos.
En El Santuario, mi pueblo, y en el siglo XXI me encontré muchas veces con el decir “usted no es santuariano, porque usted es morenito” nada más lejano de la realidad afirmar que el paisa es blanco, cuando el mestizaje fue parte central del proceso colonizador, y si, en el oriente antioqueño también hubo afroandinos aunque hayan sido negados por la historia y el imaginario local, mis bisabuelos y tatarabuelos fueron gente afroantioqueña de apellido Arango, Evaristo Arango, nacido en Marinilla en el año de 1864 vivió el racismo paisa, le fue negado el derecho al trabajo y tuvo que vivir migrando permanentemente entre el viejo caldas y el oriente antioqueño, murió en 1944 en Manizales, después de haber trajinado incontables veces esta cordillera central. Su hijo, Juan Arango, también se vio forzado a buscar trabajo en el viejo Caldas por la falta de voluntad del blanco paisa de emplear mano de obra negra, se casó con una rubia de ojos azules, pero hija bastarda (como si hubieran cosas peores que esta condición) de un Hombre de apellido Gómez del municipio de Marinilla, que de otra forma nunca se hubiera casado con un negro, mi abuelo Marcos Arango, tuvo que pedir la mano de Clarita Ramírez mi abuela, por 5 años, algunas de las respuestas que le daban era que “preferible echársela a los marranos que casarla con un negro”, al final venció el amor, y tuvieron un matrimonio de más de 50 años, pero otra historia fue la de sus hermanos que se enfrentaron a machete al racismo, otros murieron en riñas violentas que alcanzaban a durar décadas.
Hoy nos encontramos con historiadores que se afanan por exaltar los “orígenes” sefarditas antioqueños y reducen la historia paisa a una pequeña historia de elites blancas negando el papel del indio y del negro, para ellos limpieza racial es sinónimo de blanqueamiento racial, y en ese proceso de búsqueda de estatus derivado de la raza, como lo menciona el profesor Yunnis Turbay encaminaron a muchas generaciones de negros, que a estas alturas ya pueden tener tataranietos rubios y de ojos claros.
Las mentiras estructurales construidas por una élite para reafirmar su cultura y sus valores, ha gestado una sociedad de mestizos racistas, y clasistas pobres. Partir de la aceptación del racismo-clasismo endémico del paisa permitiría muchas claridades para entender porque se ha heredado un arribismo racial blanco del que poco o nada se habla en nuestros tiempos.
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