El C.O.V.I.D que amenaza al Campo Colombiano

Por Oliva González*

No hay palabra más famosa en este tiempo que COVID 19, acrónimo de “CORONA”, “VIRUS” “DISEASE”, asociada además al año en que se detectó la enfermedad que lleva este nombre. Ante este término tiembla el mundo y se activan todos los protocolos y estrategias para prevenirla, diagnosticarla y tratar de curarla.

El campo colombiano ha sufrido por muchos años su propio COVID, y no me refiero a la pandemia que nos aqueja actualmente, sino a los flagelos de la “Corrupción”, el “Olvido”, la “Voracidad”, la “Indiferencia” y el “Despojo”, sin que haya una seria preocupación por prevenir, diagnosticar o tratar de curar tan grave dolencia. Un caso emblemático son los campesinos de Las Pavas, ubicados al Sur de Bolívar en el noroccidente del país, quienes han padecido todos sus mortales males.

La corrupción y el olvido de las instituciones gubernamentales, los han privado de los derechos fundamentales como la seguridad alimentaria, una vivienda digna, la salud, la educación y su propia vida. La voracidad del narcotráfico y empresas palmeras ha devorado sus tierras, playones, ríos y caminos. La indiferencia de sus paisanos de las ciudades los ha relegado a ciudadanos de tercera clase que son molestos cuando exigen sus derechos. Y todo eso ha devenido en el despojo de las tierras que han cultivado por más de una década.

Pero los campesinos de Las Pavas encontraron antídoto para este COVID. Se organizaron, convirtieron sus reclamos en canciones y lograron la solidaridad de entidades nacionales e internacionales que les han apoyado para que su dolencia sea diagnosticada y encuentre remedio. Síntomas de su recuperación fueron el Premio Nacional de Paz que obtuvieron en el 2013, y los fallos de la Corte Constitucional y el Consejo de Estado que les permitieron regresar a su terruño en el 2017.   

Sin embargo, este COVID se ha vuelvo endémico porque las medicinas formuladas no han llegado. A pesar del reconocimiento de sus derechos y sus múltiples reclamos, no se ha construido una vía, un sistema de servicios públicos, una escuela, un puesto de salud y ni siquiera se ha garantizado seguridad para su retorno, pues siguen siendo víctimas de hostigamientos.

Los paveros son emblemáticos de muchas otras comunidades campesinas en Colombia que también enfrentan el COVID en mención. Sufren y muchas veces mueren porque la corrupción, el olvido, la voracidad, la indiferencia y el despojo les han quitado la posibilidad de respirar para vivir dignamente en sus tierras. Mientras tanto, el resto de los colombianos los aislamos sin darnos cuenta de que sus males también nos alcanzan a nosotros.  

Si no frenamos el COVID que ataca al campo colombiano, también nuestra seguridad alimentaria estará en riesgo, el desequilibrio ambiental causado por el mal uso de la tierra afectará nuestra salud, la pobreza se seguirá desplazando hacia las ciudades y la inseguridad rondará nuestros vecindarios.

Y ahora sí, hablando de la pandemia COVID-19 que ataca al mundo, no podemos permitir que este sea un mal más para el campo colombiano. Debemos dejar el egoísmo citadino que nos ha caracterizado y crear soluciones para atender los casos que se presenten allí, acompañar su producción para que cumpla con las normas de bioseguridad que les haga productivos para los mercados nacionales e internacionales y dar finalmente el paso de una verdadera reforma rural integral que nos permita desarrollar nuestra vocación de reserva alimentaria del mundo.

*Periodista – Lic. en Humanidades – Teóloga Ministerial AD.

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