El Mundo que nos Espera 

Por Pablo José Noguera Guevara 

Cuando comenzaba el siglo XX, el mundo intelectual y académico rebosaba de optimismo porque se pensaba que el ser humano había dejado atrás todas aquellas cadenas que desde la Edad Media lo habían mantenido amarrado a una concepción mágica del mundo; según se creía esta liberación se había dado gracias a movimientos como la Reforma Protestante, la irrupción del humanismo, movimientos artísticos, el racionalismo, la Ilustración, etc. Al dar un rápido repaso por los caminos del ese siglo nos damos cuenta que ha sido uno de los más desafortunados y violentos de la historia de la humanidad: una revolución sangrienta en la Rusia zarista, dos guerras mundiales con 80 millones de muertes, guerras fratricidas con la intervención desafortunada de terceros, como fue el caso de Corea y Vietnam, la amenaza latente contra la especie humana a través de lo que se conoció como la guerra fría, el conflicto árabe israelí, el genocidio en los Balcanes, etc. 

Frente a ese virus llamado violencia, cabe preguntarnos si hemos aprendido alguna lección, si hemos dispuesto nuestras mentes para edificar un mundo distinto. Como raza humana pasamos cien años tratando de convencer al otro, empleando diferentes medios, de que la visión correcta del mundo era la nuestra, y que los demás estaban equivocados. Absortos en ese pensamiento occidental, específicamente centroeuropeo, nos sorprendió el siglo XXI, momento en el cual las principales potencias se abrogaron el derecho de perseguir, matar e invadir al mundo que se les oponía, tildándolos de “terroristas”, acciones que fueron sustentadas por lo que luego llamaría Yuval Harari, la post verdad.  

La pandemia que azota al mundo en esta tercera década del siglo XXI ha sacado a la luz unas cuantas verdades que como raza humana debemos analizar y poner en escena con miras a perfilar las características del nuevo mundo que nos espera. Veamos someramente algunas de estas verdades: 

En primer lugar, los humanos somos el virus más peligroso: el confinamiento al que hemos sido sometidos por causa de la pandemia ha demostrado que el planeta ha descansado del mal uso que hacemos de sus recursos naturales; el aire ha estado más limpio, algunas especies animales que se esconden de nosotros han salido libremente, etc. Por otra parte, los niveles de contaminación auditiva han disminuido considerablemente, las aglomeraciones en las grandes urbes han descendido. Todos estos indicadores nos dan señales de que somos nosotros el virus más peligroso que anda recorriendo el mundo. La pregunta que nos llama a reflexión es si seguiremos siendo los mismos cuando esta situación cambie. 

En segundo lugar, el mercado no está por encima de la vida: la preocupación de los grandes emporios económicos ha sido la recesión económica en la que la pandemia ha sumido al mundo, y seguramente que es un aspecto a considerar, sin embargo, no debemos caer en la trampa neoliberal de seguir esclavizados al dios del mercado, observando cómo día tras día miles de personas son sacrificadas en el altar de este tótem posmoderno y desalmado.  Es lamentable ver como algunos gobiernos en medio de la pandemia se continúan rindiendo ante los intereses de banqueros nacionales y extranjeros, con el fin de salvaguardar sus intereses, sin importar que en ellos se vaya la integridad y hasta la vida de los ciudadanos. 

En tercer lugar, es tiempo de reconfigurar la familia: se nos ha dicho que la familia cambió, que ya no es la misma de hace 40 ó 50 años, y seguramente es así. La composición de la familia seguramente ha cambiado, lo que no  ha cambiado en la familia es el amor como base que la sustenta; y a partir de este sentimiento vinculante hemos enfrentado los retos que la pandemia nos ha planteado, pero, tarde o temprano, el estado de cosas impuesto por el coronavirus va a pasar, y la familia va a quedar, seguramente golpeada en aspectos como el económico, el social, en cuanto a salud, etc., y será a partir de allí cuando la familia debe asumir la tarea de consolidarse desde su base. Miles de familia han perdido seres queridos durante este 2020, pero no deben perder la esperanza y la fortaleza para aportar lo mejor de sí para el mundo que nos espera. 

Se nos ha dicho que debemos trabajar juntos para retornar a la “normalidad”, sin embargo, es mejor pensar en que no debemos desaprovechar la oportunidad para deshacernos de esa normalidad que nos lleva a esclavizarnos al mercado, que nos hace víctimas de los poderosos. Hasta ahora ha sido normal que los grandes laboratorios del mundo jueguen con nuestra salud; ha sido normal que algunos líderes decidan a modo propio si situaciones como la que plantea la Covid19 merecen ser tomadas en serio o no; hasta ahora ha sido normal que enfermedades que azotan al continente africano no sean vistas con la misma lente por no haber afectado a los países europeos; hasta ahora ha sido normal que socavemos indiscriminadamente los recursos naturales en nombre de un desarrollo sin alma. 

El mundo que nos espera posiblemente no esté del todo en nuestras manos, pero debemos, y ya se está haciendo, recuperar espacios de protagonismos a partir de la injerencia en las redes sociales, en la escuela, en la universidad, en los movimientos populares, etc. El mundo venidero definitivamente estará marcado por lo que llamaba Edgar Morin la incertidumbre, es decir, la imposibilidad de que todo lo que suceda sea dominado por nuestra intelectualidad; debemos aprovechar esa incertidumbre y sacar de ella lo mejor, creando espacios para que el mundo nos sorprenda positivamente, y para que nosotros podamos sorprender a los demás. Ojalá ese acto sorpresivo sea en favor de la construcción de un mundo mejor, mejoría que debe verse reflejada en nuestras relaciones persona a persona, en el respeto que unas naciones deben tener por la autodeterminación de otras. Sería muy bueno que cuando superemos la pandemia sorprendiéramos al planeta con un nuevo estilo de relación con el ambiente; definitivamente no podemos volver a la normalidad, no podemos seguir siendo los mismos, pues dependiendo de nuestra actitud, será el planeta que nos espera. 

*Licenciado en Filosofía y Ciencias Religiosas, Licenciado en Teología, Magister en Educación. Especializado en Docencia Universitaria.

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