Por Sebastián Borbón
Hace unos días dialogaba con mis estudiantes de secundaria sobre qué significa ser colombiano. Entre los ir y venir de la conversación de una clase de ciencias sociales, afloraron varios significados, algunos netamente legales ante los cuales todos se sentían identificados, algunas características de personalidad que despertaron discusión por no representar a la totalidad, y algunos se arriesgaron a más trayendo a colación elementos como la memoria histórica, el apego a las tradiciones, el reconocimiento de las simbologías patrias y de la riqueza que poseemos.
Me llamaron la atención dos elementos. Primero: un par de estudiantes, de diferentes cursos, añadieron que existe una diferencia entre ser colombiano y ser “buen colombiano”, dónde el primero significa de manera expresa haber nacido en este territorio o poseer la nacionalidad y el segundo, un compromiso con el país, con la construcción de la justicia y de un futuro que compromete a todos y todas. El segundo elemento y que en varios grupos quedó cómo inquietud fue la pérdida de identidad nacional de los últimos años. Detendré mi mirada en este último elemento.
Ni en los años más duros de la violencia bipartidista o del avance acelerado del conflicto armado en el territorio nacional, los colombianos no se sentían tan poco colombianos; por el contrario, dentro de las dinámicas de miedo el país llamaba y era un imperativo responder contundentemente. Ni finalizando el siglo pasado cuándo el ser colombiano estaba tan señalado por el narcotráfico y la prostitución, no se notaba de tal manera la despreocupación. Lógico, ante tales situaciones un alto número de coterráneos han abandonado por diversos motivos, pero, aun en la distancia, existía compromiso.
Ni la violencia, ni el conflicto, ni el narcotráfico ha causado tanto desinterés por el país como los últimos desgobiernos. Las dinámicas de corrupción al interior de las instituciones políticas y los cacicazgos regionales, la polarización política implementada por ciertos sectores, la debilidad en las instituciones estatales y su poca legitimidad y el clientelismo arraigado en nuestras transacciones sociales han generado otros tipos de pensar y sentir el país. Todo esto fue visibilizados la caída del “caballo de Troya” que representaba la guerrilla de las FARC y ha generado una fracturación en aquello que llamamos ser colombiano.
El reconocimiento de estas problemáticas ha trastocado de manera tangencial la identidad y lo que se ha denominado sentimiento patrio: patriotismo. Los últimos gobiernos nacionales han consolidado una ruptura en el tejido social que ha sido compartida a la población desde los medios alternativos de comunicación, periodistas comprometidos con la verdad y su divulgación, la coyuntura y cercanía de las redes sociales y el alto flujo de información, y al parecer, hemos podido comprender la verdadera Colombia, aquella que estaba tapada y secuestrada por unos pocos y, al parecer, poco nos gustó. Sigo cuestionando, ¿Qué significa ser colombiano?
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