Por Richard Sanz
El frío de la madrugada de una ciudad casi despierta golpea mi rostro mientras busco algo nuevo que escribir. Luego de un par de horas al llegar al centro de Bogotá me encuentro una familia indígena compuesta por madre, hija, sobrina y 2 nietos. Después de observarlos desde lejos, me di cuenta que los fantasmas si existen, al verlos sentados en el piso y casi invisibles alrededor de muchas personas caminando en rumbo a la felicidad, pero que muchos no saben aún si son felices. Al acercarme, ellos me miraron y sus ojos cansados reflejaban ira indefensa. Vieron mi cámara y enseguida me señalaron y entre ellos hablaron. No fue tan fácil comunicarme, pues inicialmente no querían hablar conmigo, pero al final gané un poco de confianza.
Marka
Marka es una señora que aparenta 60 años. Sus pies están descalzos y sucios, tiene su cabello recogido, mientras una manta tapaba todo su cuerpo. Su olor muy vano, pero aún con un poco de selva, decide hablar conmigo.
Llevan dos meses en Bogotá y no es nada fácil, viven en el barrio las Cruces conocido como la “olla”; en el barrio hay 18 casas donde alquilan cuartos y la noche cuesta 15 mil pesos, en estas casas es muy común ver familias indígenas. Ellos son de una comunidad Andina ubicada en Risaralda su etnia se llama Embera Chamí. Esta familia como muchas son desplazadas por la violencia y la mayoría desembocan en Bogotá, Cali y Medellín en busca de una mejor vida.
Al llegar a Bogotá los Embera se encuentran con una ciudad que para mí intenta ser un borroso y mediocre reflejo del capitalismo criollo, sumergido en una esfera mafiosa y en su intento espera progresar, pero no le abre las puertas a los desesperados.
Marka y su familia se acuestan a las 12 de la noche y salen del cuarto a las 7 AM, antes de pasarse de las 7 horas por las que pagan, durante el día se sientan en partes muy concurridas y hacen manillas. La Policía Nacional no los molestan al menos que los vean pidiendo dinero, sus artesanías las llaman Girma y las venden normalmente a los locales mayoristas de artesanías ubicados en los centros comerciales del centro de la ciudad.
Comen muy poco, “es normal quedarse sin panela” como dicen ellos, pero normalmente cuando tienen dinero comen mojarras solas con plátano, entre diferentes familias se comunican y se colaboran no económicamente, pero sí en sitios estratégicos para pedir dinero, vender y todo lo relacionado jurídicamente con su población, entre eso las respuestas de la Defensoría del Pueblo y la Personaría.
Son más o menos 500 familias indígenas en Bogotá compuestas por mínimo 4 personas. No cuentan con asesoría ni programas de prevención sexual y reproductiva, debido a esto es normal que una pareja tenga hasta 5 hijos. Su pensamiento es muy pacifista y sus creencias religiosas tomaron dos rumbos, la Católica la cual se estableció en la colonización y el Jaibanismo de donde proviene algunas medicinas naturales y los llamados maestros Chamanes quienes según ellos experimentan el poder mágico espiritual de la naturaleza.
Hablan el idioma español pero también su idioma natal, el cual se llama Epitabu. A mitad de la conversación se acercó un hombre indígena traía en sus manos 2 yogures, los cuales destapó y se los dio a los bebes, hablaron entre ellos en su lengua, lo cual no les entendía nada, al final el hombre interesado se acercó a mí.
José Ciágame
José Ciágame es el nombre del indígena que se acercó y padre de los dos niños. Él me comentaba que su situación no es nada fácil y a diferencia de los demás se notaba un carácter fuerte y en su voz una gran ira eufórica, me habló del conflicto de Risaralda. “La guerrilla nos empezó a decir que éramos parte del Ejército y el Ejército a decirnos que éramos guerrilleros, entonces preferimos irnos antes de que nos mataran entre ambos, fueron 2 meses caminando para Bogotá”, dice José Ciágame indígena Embera Chami.
A lo largo de la conversación uno de los bebés regó sin querer el yogur, todos ellos colocaron la atención en el niño y el bebé se llevó un fuerte regaño, en ese momento pude ver como ellos valoran hasta lo más mínimo, pero al terminar la conversación Ciágame con heroísmo me comenta el verdadero negocio y es precisamente el turismo, muchos extranjeros vienen a Bogotá y es ahí donde ellos toman lugar de figura desconocida, en donde la mayoría de turistas se quieren tomar fotos con ellos y ellos cobran más o menos 50 mil pesos por una foto.
Normalmente el turista les compra sus artesanías, ya que los locales comerciales se los compran a muy bajo precio, todos siempre se informan en qué lugar de la ciudad se encuentran los turistas para así desplazarse, usualmente son 5 familias las que se desplazan para así poder ganar buen dinero.
Al caer la tarde los delincuentes empiezan a rondar las calles del sector, los Embera se reúnen y en sus pensiones cierran las puertas con el anhelo de que ningún delincuente los moleste y que sus bebés no corran peligro. Como bombas que explotan sin ondas, así día a día son más los indígenas que llegan a Bogotá, una ciudad donde aún no se les conoce porque se cree que son fantasmas, fantasmas que viven en forma híbrida en una tierra que no los quiere.