Por José Aníbal Morales C
“El racismo que devora a Francia le impide ser la vicepresidenta de todos los colombianos”, afirmó en una de sus columnas del diario El País de Cali, el señor Diego Martínez Lloreda. El integrante de la rancia aristocracia, propietaria de latifundios y literalmente dueña del Valle del Cauca, habla claro. Utiliza su medio de comunicación para explicar a la ciudadanía que la racista es esta madre coraje, salida de los rincones mineros del Cauca, donde el río, joven aún, ha sido testigo por centenas de años de la explotación inmisericorde de la población negra, descendiente de los pueblos africanos forzados a venir a la América colonial dominada por España.
“ Y me parece que Francia Márquez es el mejor ejemplo del racismo negro…El caprichoso viaje que emprendió nuestra vicepresidenta al África fue motivado por ese racismo”, escribió este estólido representante de una casta que no ha podido asimilar, de ninguna manera, que una negra, minera, hija de una madre minera también, pero además partera, partera de vida y de resistencia a la segregación, a la explotación, a la injusticia inveterada que los blancos nacionales y extranjeros impusieron en Suárez, en el Cauca y en todas las regiones en las que algún metal se podía extraer de la madre tierra, no ha podido aceptar, digo, que esa negra descendiente de esclavos sea la vicepresidenta de Colombia.
Prohibido a la intrusa en el poder blanco visitar las tierras de sus orígenes, territorio negro y domeñado durante siglos por las potencias europeas, blancas. Solo podría ir a las fuentes del blanco poder, al mundo anglosajón, germánico, nórdico, ario, como lo hizo su aristocrática predecesora. ¿Cuándo los agudos censores de los medios de comunicación de los dueños del país se preocuparon por cuánto se gastó en la gasolina para los viajes de la señora Marta Lucía Ramírez?
En realidad, el racismo es una manera de encubrir el clasismo. Esta es la esencia. Así como en el régimen de castas de la India, los parias de Colombia no podían salir de su nicho de exclusión, de marginación y de miseria material. Para las élites, llámesele aristocracia, oligarquía, burguesía o como se quiera, estos ordenes son de origen divino y deben permanecer intocados, intocables, como suele llamarse a los parias en el mundo hindú.
Solo en las bellas pero aristocráticas novelas de nuestra literatura se les permitía a los negros, mulatos o esclavos libertos participar de la mesa de los amos blancos. Don Manuel de Caizedo y Tenorio, Doña Inés de Lara y Don Daniel (mestizo aceptado difícilmente en el círculo de la nobleza) compartían algunos momentos de cercanía y afecto con Fermin y Andrea, los muy queridos sirvientes negros en la Hacienda Cañasgordas. Hasta ahí está bien, en el Alférez Real de Eustaquio Palacios, y en María de Jorge Isaacs, pero no más allá.
El racismo hirsuto de cierta cantante portadora de un collar con perlas rubias, blancas, pero nunca negras, es utilizado por las élites para visibilizar a Francia Márquez, no como la madre valiente, tenaz y luchadora; no como la lideresa social convocante de la movilización popular transformadora de la injusticia, no como la mujer que se levanta contra el patriarcado y el machismo esclavizante; no como la esforzada niña que llegó a hacerse abogada en medio de las peores dificultades, sino como la sirvienta inepta o ignorante que no está a la altura de las aristocráticas maneras en las que se mueven especímenes como este, descendiente de los Lloreda, los Caicedo, los Holguin, los Santos, los Sardi y otros encumbrados apellidos que no deben ser mancillados por los oscuros orígenes de aquellos que, como Francia, proceden de la tierra profunda, de la Colombia olvidada, de la estirpe de los condenados de la tierra de Franz Fanon.
Nacidos en cuna de oro, utilizan ahora su poder para impedir el surgimiento de las nuevas fuerzas populares.
Ah ¡Cuántos ingenuos hay!, sale la gran prensa a defender el Estado de derecho presuntamente amenazado por las palabras de un presidente ex guerrillero, oh sacrosanta libertad de prensa amenazada, con cuánto silencio cubrieron el desangre que vivió nuestro pueblo en los mejores tiempos del paramilitarismo, aliado con el narcotráfico y la política de ciertos señores. Silencio absoluto. Pero cuánto ruido y escándalo para proteger al pobre Fiscal atropellado por el jefe del Estado. Las madres de los miles de desaparecidos por falsos positivos, en cambio, no ameritan ningún ruido. Madres víctimas de la violencia, revictimizadas con el silencio y la exclusión.
Para apreciar la estupidez suprema de Don Diego, leamos esta monstruosidad: “Porque Francia siente que tiene mucha más afinidad con un negro de Zimbabue que con un indio del Cauca, con un mestizo de Boyacá o con un blanco de Medellín”. ¡Cuánta iniquidad! ¡Cuánto cinismo! Ellos, que han desplazado sempiternamente a indígenas, afrodescendientes, mestizos, campesinos, se atreven ahora a cuestionar las afinidades queridas por esta madre coraje, esta luchadora incansable, ambientalista insufrible para los depredadores de la madre tierra. Francia es también heredera de otra madre coraje, de la Gaitana, cacica altiva, soberbia, dirían los asesinos de indios, socios de Pedro de Añasco, defensora a muerte de su hijo Timanco y de su pueblo afrentado hasta la muerte por los invasores españoles. ¡Asesina!, ¡terrorista!, le gritarían las huestes españolas, cómo pudo atreverse a matar al genocida, después de sacarle los ojos, por haber quemado vivo a su hijo. Seguramente hubieran querido que acudiera a los tribunales que impartían justicia en la época, es decir los tribunales de blancos, españoles, generalmente benefactores de los genocidas, historia repetida por algunos fiscales y jueces aún en nuestro tiempo.
Rojo, como en el desierto,
Salió el sol al horizonte:
Y alumbró a un esclavo muerto,
Colgado a un seibo del monte.
Un niño lo vio: tembló
De pasión por los que gimen:
¡Y, al pie del muerto, juró
Lavar con su vida el crimen!
(José Martí, Versos sencillos)
Vean desde cuándo y desde dónde viene la guerra, guerra a muerte, de los amos contra los indios, de los esclavistas contra los esclavos, de los señores contra los siervos. Es la misma guerra en la que Bertolt Brecht recreó la gesta de su “Madre coraje”, guerra entre potencias, Guerra de los treinta años, Guerra Mundial o guerra de las élites contra aquellos que se atreven a socavar su poder. Francia Márquez es madre coraje, mujer coraje, líder de un pueblo coraje al que ha llegado su hora.
“El racismo que devora a Francia le impide ser la vicepresidenta de todos los colombianos”, así reza la insuperable conclusión de la estólida argumentación del aun más estólido representante de la oligarquía vallecaucana. Francia Márquez, nuestra vicepresidente, es la racista. ¡Cuidado hermanos! He aquí un lobo disfrazado de oveja. En cuanto les tenga cerca, los devorará. Así ha sido siempre.
Madre Coraje, Francia Márquez, madre valiente,
representante de los pueblos negros,
de los indígenas con ancestros en la Timaná de la Gaitana,
madre soltera, madre cabeza de hogar, madre víctima de los machos de todas partes, madre minera, madre ambientalista,
madre símbolo de las luchas de los pueblos de los Andes y del Pacífico, del Urabá antioqueño y chocoano arrasado por los clasistas y racistas terratenientes, paramilitares y narcotraficantes;
madre enhiesta,
madre solidaria,
madre convocante de las luchas por la igualdad,
madre Ministra,
madre pueblo;
la historia la hacen los pueblos, y tú eres pueblo, pueblo que está exigiendo a los poderosos de siempre que pongan un poquito, no mucho, para transformar la Colombia del hambre y la marginación que han dejado 200 años de gobiernos clasistas y racistas.
Francia Márquez, madre coraje, simboliza en nuestra Colombia, agobiada pero valiente, a las madres tenaces, incansables, luchadoras, amorosas, amantes, trabajadoras, campesinas, indígenas, maestras, periodistas, madres de las estirpes marginadas pero también de los favorecidos por la fortuna, todas, madre cambio, madre pueblo, madre vida.
¡Para la vida y la paz, todo. Para la guerra, la violencia y la muerte…Nada!
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Amigo, excelente articulo, porque deja luces de esperanza en medio de tanta oscuridad de un periodismo que arremete sin piedad en contra de quienes no son de la elite, porque están alquilados al mejor postor.