Perdidos en el Valle

Por Jefersson Hernández A.

Es 1963, en Sevilla, Valle se ubicaba una vereda llamada “Totoron”, en la cual vivía una familia conformada por cinco hermanos y la madre de los mismos. De estos cinco hermanos, tres eran varones: Alfonso, Mario y Eduardo, las otras dos eran mujeres: Lilia (la mayor) y Luz Marina (la menor). La madre se llamaba María Céfora Vélez, su esposo Luis Blandón murió poco tiempo después de tener a su última hija.

Cuando Luz Marina, la menor de los hermanos tenía siete años, empezaron los rumores por la vereda de que algún grupo extraño estaba desalojando los terrenos aledaños. Vecinos y trabajadores de la finca informaron a la madre que el líder de este grupo se hacía llamar “tiro fijo”, y todo aquel que le desobedeciera sería asesinado cruelmente. Céfora decide prender una veladora dedicada a las ánimas, y emprender la huida con sus cinco hijos atemorizada por la popularidad de la agrupación de maleantes había obtenido gracias a sus despiadadas acciones en contra de la población campesina. Sólo con unas cuantas prendas de vestir, la familia caminó durante asfixiantes horas e incluso días, por montañas y trochas, hasta que llegaron al pueblo. Al ver su destino de viaje tan cerca, con los ojos nublados y perdidos en el horizonte, la madre susurra a los cielos:

-Gracias Dios mío por habernos amparado a mí y a mis hijos.

La Señora Céfora, en compañía de sus hijos se trasladaron hasta el paradero de un bus, esta vez tenían como destino una casa de su propiedad en el barrio Puyana. La familia tenía la esperanza latente en sus corazones de que allí vivirían tranquilamente. Aún así, eran tiempos difíciles, no solo por nuevos grupos armados que iban creciendo en contra del gobierno, sino por el conflicto bipartidista por el que atravesaba el país, liberales contra conservadores, una lucha que parecía no tener fin.

La familia siempre apoyó al partido liberal, al cabo de un mes el barrio ya sabía que la señora Céfora era la cabeza del hogar y que simpatizaban con dicha ideología política. Pronto empezaron a llegar cartas que se asomaban por la parte inferior de la puerta principal de la casa, el remitente era anónimo, pero evidentemente era un grupo del partido conservador, pues en su contenido amenazaban a la familia, pero especialmente a la Señora Céfora por poseer dichos ideales.

Los cuartos de la casa donde habitaban eran separados por un enorme patio que carecía de cerca, y a su vez, era visible a las casas vecinas; por temor a un posible atentado, Doña Céfora no salía de su habitación, no podía salir a la cocina, a las alcobas de sus hijos, ni al baño. El amor de una madre es infinito, sus hijos lo sabían y le correspondían, le llevaban alimentos y una bacinilla para que ella hiciera sus necesidades.

Fueron alrededor de tres meses llenos de una angustia latente, amenazas permanentes e incertidumbre de un futuro incierto, pues la familia no se atrevía a salir de casa. La madre, al ver que el tiempo pasaba y la situación no mejoraba, quiso salir huyendo una vez más en busca de una mejor calidad de vida, fue así como la casa cayó en venta sin remedio alguno, la nostalgia y la amargura acompañaron la difícil decisión familiar.

La familia regresó a Totoron en 1970, no al mismo lugar de donde fueron desalojados, pues la vereda estaba dividida en partes enormes llenas de fincas, cultivos y gente amable, o al menos eso creían. Allí, al otro extremo vivieron días muy tranquilos, pasaron los años y los cinco hermanos crecieron, la hermana mayor tenía treinta años. La situación económica se fue deteriorando y los malestares empezaron a aparecer, Lilia tenía apendicitis, los recursos se agotaron y junto a un sistema de salud fragmentado esta enfermedad fue la causa de su prematura muerte.

Con una sensación de agobio después del fallecimiento de Lilia, amigos de Doña Céfora le ofrecieron la opción de trabajar en una finca con sus cuatro hijos. Luego de pensarlo durante varios días ella acepta dicho empleo e inicia hacia una nueva travesía, una puerta que esperaba ser descubierta por la familia vallecaucana, una oportunidad de surgir y salir adelante como tanto lo habían deseado, era una utopía en medio del dolor.

Los cuatro hermanos eran muy trabajadores debido a la estricta formación que su madre les brindó, cuando el dinero tomó lugar en sus vidas empezaron a disfrutarlo, les gustaba salir a tomar alcohol y gozar de su juventud. Mario, era un muchacho robusto, de temperamento fuerte y serio, buscaba pleitos por doquier, sus hermanos encontraban dulces palabras para aconsejarlo, y así dejara su mal humor a un lado del camino, pues sabían que esto solo traería más tragedias, pero él nunca consideró dichas palabras en su vida. Con el tiempo Mario fue aumentando su fama a raíz de la violencia y ya tenía varios enemigos, uno de ellos un joven de una finca vecina. Un día este sujeto apareció muerto cerca de la finca que cuidaba la familia, los parientes del difunto y los vecinos culparon a Mario y a sus hermanos, las amenazas volvieron a surgir, esta vez eran vengativas, pero los hermanos nunca huyeron.

Luz Marina, la menor de los hermanos con el tiempo viajó a Bogotá, en aquellos tiempos era común que los campesinos despojados de sus tierras hicieran éxodo de las periferias al centro en busca de oportunidades. Ella había encontrado cierta estabilidad socioeconómica en la capital, parecía que el destino al fin estaba jugando de su lado. A los pocos días de haber viajado se enteró que sus tres hermanos habían muerto en condiciones inhumanas; a Mario lo mutilaron violentamente, y a sus otros dos hermanos los torturaron cruelmente antes de asesinarlos.

La Señora Céfora golpeada por dolor, sin ánimos de seguir viviendo, se dio por vencida ante la muerte y finalmente el Dios en el que tanto creía se la llevó. Así es como esta humilde familia conservadora en el sentido ético y moral se fue deteriorando con los gajes de la vida, se fue acabando. Actualmente, los únicos sobrevivientes son Luz Marina y la hija de Eduardo, Consuelo. Ella vive en Sevilla Valle, rodeada de café, cumpliendo su sueño, y aunque recuerda con tristeza a su padre, tiene cuatro motores que alimentan su vida, sus hijos y un esposo ejemplar. Luz Marina recuerda a diario su oscuro pasado, y aunque es inevitable sentirse triste, hoy a sus 61 años dice estar feliz con sus dos hijas, a quienes ama con todo su ser, y con sus tres nietos que son la luz que iluminan su camino.

“El destino nunca los favoreció, eran días grises y ojos nublados, pero en sus corazones siempre habitó la esperanza, en lugares fríos y oscuros siempre buscaron la luz”.

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