Por: Daniela Paz Cortés
Por allá en décimo grado de bachillerato, cuando por primera vez se posó en mi cabeza la idea de estudiar biología, me emocionaba –y aun es así- imaginar mi vida dedicada a la ciencia, a pensar y justo como lo diría el filósofo Daniel Dennett “pensar es difícil”, requiere energía y paciencia.
Nuestras efemérides favoritas de la ciencia pasando desde Albert Einstein hasta Jane Goodall destinaron décadas en sus investigaciones, pero parece que todo es diferente ahora, la persistente presión por publicar artículos científicos a una velocidad tan abrumadora ha invadido la disciplina científica, el fenómeno de “publicar o morir” ha llegado para quedarse y no puede dejarme indiferente.
“El ritmo de la producción científica se ha disparado en las últimas décadas. Algunos estudios recientes estiman que hoy existen unas 30 000 revistas que publican al año más de 2 millones y medio de artículos científicos, con un índice de crecimiento anual de un 5 %.” Esto publicado por The Conversation, un sitio web australiano, que a modo de journal trae a discusión muchos temas académicos.
Esta producción científica en bomba corre muchos riesgos que incluyen poca rigurosidad, resultados erróneos, plagio, poca revisión de estos artículos por parte de otros científicos y todo esto potenciado por la aparición de congresos como demás eventos utilizados por investigadores para cumplir los estándares con los que se mide la producción científica, es decir, con indicadores bibliométricos. Por mi misma he visto a profesores y colegas preocupados por la cantidad de artículos que han escrito, como intranquilos por el limitado recurso de tiempo y financiación que les ha sido brindado (y ya obtener financiación de por sí parece un mérito) para algún proyecto a desarrollar.
Esta presión ha generado tal impacto en las vidas de los científicos que han terminado en casos trágicos como el suicidio de Stefan Grimm, profesor de toxicología en el Imperial College quien escribió para sus colegas vía correo electrónico lo siguiente: «Mi jefe, el profesor Martin Wilikins, vino a mi oficina y me preguntó cuántas becas tenía. Después de enumerarlas, me dijeron que no era suficiente y que tendría que dejar la universidad dentro de un año como máximo. La realidad es que estos científicos en lo más alto de la jerarquía solo miran las cifras para juzgar a sus colegas, ya sean factores de impacto o ingresos en subvenciones. Después de todo, ¿cómo puedes convencer a tu jefe de que estás trabajando en algo emocionante si ni siquiera asiste a los seminarios regulares del departamento?» (Salom, 2019).
Realmente cuando entre a una carrera científica jamás esperé una competencia tan predadora y desalentadora como observar la decadencia de una vital esencia de lo que es la ciencia pura (porque la ciencia aplicada tiene propósitos distintos), ella crea conocimiento y plantea teorías que vendría a ser con lo que la aplicada trabaja.
Es por este movimiento de “Publica o muere” que algunos científicos proponen una contraparte que llaman Slow Science, este grupo de académicos que vienen a cuestionar lo que está ocurriendo con este presuroso fenómeno ya inserto en la ciencia, comparte un manifiesto sobre su posición:
«Decimos sí al flujo constante de publicaciones de revistas de revisión por pares y su impacto; decimos sí a la creciente especialización y diversificación en todas las disciplinas. Sin embargo, mantenemos que esto no puede ser todo. La ciencia necesita tiempo para pensar. La ciencia necesita tiempo para leer y tiempo para fallar. La sociedad debería darles a los científicos el tiempo que necesitan, pero lo que es más importante, los científicos deben tomarse su tiempo».
El mensaje de la Slow Science Academy es claro: los científicos necesitan tiempo para pensar. Asimismo, abrir debate sobre si los índices métricos son buenos representantes de las publicaciones científicas como para mesurar el desempeño de los científicos, la cuestión de cantidad vs calidad debe repensarse también.
Referencias:
Salom, M. S. (5 de mayo de 2019). La ciencia necesita tiempo para pensar: el movimiento que quiere acabar con la cultura de “publicar o morir”. Obtenido de The Conversation