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Hace unos años el doctor José Félix Patiño me honró con la solicitud de escribirle un prólogo a su libro Humanismo, medicina y ciencia, una colección de artículos escritos en un periodo relativamente largo, cercano a los treinta años. El título describe tanto el contenido del libro como a su autor. Si uno tuviera que escoger tres palabras para definir al doctor Patiño, diría sin duda que fue médico, humanista y científico; añadiría educador, ejecutor y visionario, y si generosamente me permitieran dos calificativos, diría que fue un hombre sabio y un hombre bueno.
Ya se han hecho muchas presentaciones de su vida y de su personalidad, pero no sobra una más. Antes de relatar los encuentros que promete el título de este escrito, voy a facilitarme la vida transcribiendo unos párrafos de ese prólogo escrito hace algo más de nueve años.
“El doctor Patiño es reconocido ante todo como ‘el médico’. En múltiples entrevistas ha declarado que nunca en su vida, ni siquiera en la más temprana infancia, contempló la idea de ser algo diferente. Pero es seguramente uno de los médicos más universales que uno pueda imaginar; ha sido profesional en el ejercicio riguroso de la cirugía y ocupó (consciente de que debía ir más allá de ese ejercicio) cargos cruciales para la medicina colombiana entre los cuales resaltan los de ministro de Salud, presidente de la Academia Nacional de Medicina, director de la Federación Panamericana de Facultades de Medicina, presidente de la Sociedad Internacional de Cirugía y de la Federación Latinoamericana de Cirugía, profesor emérito y titular de varias Facultades, creador de la Fundación Santa Fe y de la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes.
El doctor Patiño ha sido un innovador en todas las etapas de su vida. Trajo un aire nuevo a la Universidad colombiana desde la Universidad de Yale (donde estudió y trabajó durante más de diez años) y del sistema americano de finales de los años cincuenta; introdujo las nuevas filosofías docentes en los años sesenta, escribió múltiples libros y fue un abanderado de las nuevas técnicas de informática y comunicación que usó fluidamente mucho antes de que lo hicieran los médicos de generaciones posteriores a la suya.
En 1964 fue nombrado rector de la Universidad Nacional de Colombia y en escasos dos años logró una transformación profunda, posiblemente la más seria y modernizadora en el siglo XX. Redujo de 34 a 11 el número de facultades, integrándolas en grandes áreas de pensamiento y aumentando la oferta potencial a sus estudiantes, no solo con la multiplicación de carreras que la reforma generó, sino con la posibilidad de acceder a asignaturas y profesores antes aislados en pequeñas células de carácter disciplinar, casi gremial, y con una formación más amplia, humanista e integral. Transformó la planta profesoral desde una compuesta preponderantemente por catedráticos de tiempo parcial a otra de profesores profesionales de tiempo completo, abriendo así la puerta a la investigación y a la generación de conocimiento como actividad central en el proceso formativo. Generó con todo esto optimismo y fe en las potencialidades de la comunidad universitaria, lo que se vio reflejado en el emprendimiento de grandes obras de infraestructura, emblemáticas hasta hoy, como el Auditorio León de Greiff y la Biblioteca Central”.
Ahora sí, establecidos algunos parámetros de su vida y de su personalidad, paso a los encuentros.
El primero no fue estrictamente un encuentro personal, sino el hecho de que estuviéramos al mismo tiempo y en el mismo lugar, pero con roles diferentes. Él fue rector de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) cuando yo era estudiante; lideró una importante reforma que nos afectó a todos los que estudiábamos entonces.
Debo decir que muchos no la entendimos en su verdadera dimensión: yo había entrado apenas un año antes a la Facultad de Química e Ingeniería Química, y de pronto los compañeros de Ingeniería “se fueron” a una gran Facultad de Ingeniería, y nosotros, los químicos, nos unimos a matemáticos, físicos, geólogos, biólogos y químicos farmacéuticos en la Facultad de Ciencias. Se planteaba entonces que la química había perdido mucha fuerza por estar lejos de la ingeniería química, cuyos objetivos eran mejor comprendidos por la sociedad y podían recibir más apoyo y respeto.
La verdad es que esos planteamientos estaban tremendamente equivocados. Como buenos jóvenes, éramos muy conservadores y pensábamos que la única forma de hacer las cosas era como las estábamos haciendo hasta el momento. La Facultad de Ciencias le otorgó ese carácter de ciencia autónoma a las disciplinas que la conformaron y, contrario al temor expresado, las proyectó como nunca antes a la sociedad colombiana y a la comunidad internacional.
Cuando regresé de mis estudios de posgrado encontré una comunidad fuerte, bien establecida, con un campo muy bien definido para su desarrollo y con un inmenso potencial para contribuir al desarrollo del país y al bienestar de su gente.
El segundo encuentro –esta vez sí en persona– fue durante los años ochenta y noventa. Yo me había vinculado al Instituto Nacional de Salud (INS) y luchaba con compañeros de mi generación por una modernización del tipo de investigación que se hacía, incluyendo por primera vez una muy básica, y por los instrumentos que se desarrollaban y se usaban. Él, desde su posición en la Academia Nacional de Medicina, fue un permanente apoyo en este esfuerzo modernizador, no solo para que se introdujeran las nuevas herramientas de la bioquímica, la biología molecular, la genética y la inmunología, sino también las de informática.
En una institucionalidad estatal aún reacia (o al menos poco comprensiva) a las emergentes tecnologías de la información y las comunicaciones, él era un pionero y nos acompañó a algunos en los primeros pasos en bitnete internet, y en el uso cotidiano del computador personal (yo sé que suena increíble). Después, cuando yo ya ejercía el cargo de director del Instituto, me acompañó en muchas reuniones, seminarios, consejos y comités, siempre apoyando proyectos modernizadores.
Ya en la década de 2000 nos encontramos alrededor de la preocupación por la UNAL: compartimos en mucho nuestras visiones, y en el momento crítico en el que pensé si debía lanzarme como candidato a la Rectoría, él me impulsó a hacerlo. Después de eso no cesaron nuestras charlas sobre los problemas de la universidad, no solo la nuestra y acá, sino con un alcance más general y global.
Durante buen tiempo me acompañó en la Rectoría como representante de los exrectores en el Consejo Superior, pero antes de eso, y después de eso, hasta hace muy poco tiempo nos seguimos encontrando para pensar y discutir el presente y el futuro de la educación. Los encuentros generalmente eran con un desayuno en algún apartado de su club, el Gun Club, y duraban dos o tres horas en las que seguía sorprendiendo con la actualidad de sus conocimientos y la modernidad de sus visiones. Lo vi debilitarse físicamente, pero nunca lo vi volverse viejo.
Fuente: UNPeriódicoDigital